domingo, 15 de noviembre de 2009

Viva la mediocridad


Cuando vamos a una entrevista de trabajo, la persona a cargo de Recursos Humanos [Cuanto odio esa abstracción, toda la vida se le había llamado Departamento de Personal y a mi parecer era mucho más precisa esa definición] nos hace saber que buscan a una persona dinámica, con iniciativa, con capacidad para trabajar en grupo pero también de forma independiente, preparada para resolver problemas en situaciones de alta presión y que comparta una visión de futuro con la empresa. Creemos que verdaderamente estos valores, la honestidad y el trabajo duro, son los que nos harán progresar en un empleo. Estamos convencidos de hacer lo correcto poniendo nuestra individualidad y subjetividad al servicio de una siniestra corporación porque con ello no creemos estar trabajando para los intereses políticos y económicos de esta, eso sería imposible; de ser así, nadie como yo sería capaz jamás de trabajar para otro, pues a efectos sería lo mismo que la muchacha que se entrega por dinero.

Las personas como yo nos entregamos por pasión. Pasión en este caso por el conocimiento técnico, por resolver cuestiones complejas forzando los límites semana tras semana, por saber que en algún lugar del mundo un problema ha sido solucionado gracias a mis capacidades. A mi modo de ver, trabajar en la siniestra corporación no era lo mismo que trabajar para la corporación. Era trabajar para las personas a los cuales estaba prestando un servicio o vendiendo un producto que cubre sus necesidades. Para cada ciudadano, cada usuario final de un hospital, un aeropuerto, una estación de ferrocarril. Lo único que hace digerible el hecho de ser un engranaje anónimo más de la maquinaria es la profunda convicción de que con aquello en lo que eres bueno estas haciendo algo positivo por los demás, por un mundo donde las cosas funcionen mejor.

Esta visión contrasta bastante con la realidad que se vive en las empresas y muy especialmente las de este país. Una actitud demasiado entusiasta no solo no es valorada como por lógica debería ser, sino que además es poco merecedora de simpatía por parte de la masa de personas que van a su puesto de trabajo desprovistos de motivación, a calentar silla día tras día, haciendo lo mínimo imprescindible, aparentando estar saturados de trabajo y con productividad y rendimientos rozando lo inadmisible. Una persona en la cual se combinen cualidades para adquirir rápidamente nuevos conocimientos multidisciplinares, absoluta honestidad en su proceder laboral y orgullo por las responsabilidades que implica su puesto de trabajo, es realmente un peligro en potencia, una bomba de relojería. Acabará por ser visto como una amenaza por todos aquellos que se encuentran felices en su mediocridad como trabajadores.

Vivimos en una sociedad con tradición en la picaresca y la zancadilla, donde la turba de ineptos e incapacitados solo saben mantener su puesto mediante la sumisión, la adulación indiscriminada a sus encargados, el victimismo, la falsedad, el ninguneo del esfuerzo de las mentes superiores y sacando a relucir cada nimio fallo o error de los demás. Cuando no se puede destacar por el esfuerzo y el trabajo bien hecho, este es el resultado. Mención especial para el mando intermedio y la red comercial, un auténtico avispero putrefacto donde, salvo verdaderas excepciones, encontramos a los individuos de peor moral de toda la empresa con sus absurdas luchas internas. Afectados por un enanismo mental incurable, se las han arreglado para llegar a sus puestos mediante el oportunismo y mantenerlos mediante los más viles métodos a saber; rodearse de idiotas manejables a su cargo, a fin de que ellos puedan ser algo y la sistemática supresión de cualquier elemento que por su determinación y elevado espíritu les pudiera algún día dejar en evidencia.

Mientras a los cobardes, mendrugos y limitados mentales se les tolera diariamente una amplia variedad de ineptitudes y consiguen mantener sus puestos mediante la aplicación de las sencillas técnicas de supervivencia laboral anteriormente expuestas. Aquellos con verdadero talento son apartados como si de algo despreciable se tratase y deben conformarse con mirar de lejos esta insolente bufonada; aunque personas honestas y capaces presentasen la más brillante de las ideas adherida a la excelencia en la realización de su trabajo, esta nunca será tenida en cuenta por no ser una idea concebida según dicta la norma convenida, por no resultar útil para los intereses del poder establecido.

En un ambiente así, es difícil perseverar en ese apasionado intento, no de pisar a nadie ni ridiculizar al menos dotado, sino de estudiar las posibilidades para mejorar la metodología y contagiar de entusiasmo a aquellos que por falta de motivación no rinden todo lo que podrían. Es fácil en cambio, llegar al aburrimiento e incluso a la náusea ante la constante afrenta que supone ver como la estupidez y el egoísmo se salen con la suya una y otra vez. Mi alma llora de impotencia al contemplar el conocimiento científico sometido bajo el yugo de intereses que poco o nada tienen que ver con la ciencia. Pero el incorregible enfant terrible que firma estas líneas no se dará por vencido ante la irritante mezcla de estulticia y afán de lucro predominante ya que las cosas caen por su propio peso y todos serán puestos en el lugar que les corresponde tarde o temprano.

Entretanto, servidor se pone en pie y aplaudiendo efusivamente exclama: ¡Viva la mediocridad!

3 comentarios:

  1. lo describes muy bien. puntualizas sensaciones que son palpables en el ambiente de oficina en este país, pero que casi nadie se toma la molestia de pensar. es frustrante.

    es, como dijo hace poco "jevivoladores", como ser un Frank Grimes en un nido de Homer Simpsons (si estás familiarizado con los Simpson)

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  2. Vaya gracias, pensaba que me había dejado llevar y me había quedado excesivamente destroyer.

    Pues si, la verdad es que quizás me sienta un poco Grimes. Que putada.

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  3. Bueno, el tomate está muy rico. A mí me encanta, vaya. Pero no deja de ser raro que sea una fruta típica, pero amarga.

    Y sobre su texto, lamentablemente, sí. Es mucho más fácil ningunear a los demás que preocuparse por superarse uno mismo. Eso y que los que supervisan no necesariamente son más eficaces (en mis pocas experiencias laborables todos los jefes dejaban que desear), con lo cual tampoco van a saber, ni estimular, ni valorar la excelencia.

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