jueves, 10 de septiembre de 2009

Acerca de la distorsión del recuerdo y los orígenes del impulso creativo

Hace bastante tiempo, en alguna clase de psicología o filosofía durante mis años de instituto, el profesor, que era el mismo para ambas clases, dijo que la educación era como un café. Si dejas la taza reposar lo suficiente, la mayor parte del contenido se evapora irremediablemente. Excepto una pequeñísima parte densa y concentrada que al secarse permanece en la taza y acabar con ella supone un esfuerzo hercúleo. Esos pequeños restos incrustados, que solo se consiguen con el asentamiento de las ideas con los años, suponen la verdadera formación, nuestra configuración como personas. Lo accesorio e irrelevante termina por desaparecer de nuestra memoria sin dejar rastro. Habiendo transcurrido un tiempo prudencial para digerir este hecho, daré el paso que aquel profesor no se atrevió a dar, afirmando que en realidad este fenómeno sucede no solo con los contenidos de la formación académica, sino con cualquier tipo de experiencias vividas. Solo aquellas que producen profunda impresión y son revisadas con frecuencia, permanecen en nuestros recuerdos.

Esto produce dos efectos, por un lado la sistemática supresión de los malos recuerdos, pues al intentar no recuperarlos con la misma frecuencia que aquellos que nos resultan más gratos, terminan también por perder gradualmente su oscuros colores y debilitando su aspecto inicialmente amenazador. En segundo lugar, al destruirse todas aquellas memorias superfluas de acontecimientos insípidos y enseñanzas de las cuales no proceda aplicar el contenido, se producen enormes lagunas en la línea temporal de nuestra vida. La superposición de estos dos hechos, es la razón fundamental por la cual siempre tengamos la ilusión de que cualquier tiempo pasado fue mejor y que además esos días nos parezcan mucho más cercanos de lo que en realidad están ya, viviendo así un presente progresivamente anacrónico a medida que crecemos.

Tras un minucioso análisis, me doy cuenta que todos estos años, desde los inicios, mis inquietudes creativas parten de una misma base. Esto es, sublimación. Guardar en mi interior, de un modo inconsciente si cabe, todas aquellas decepciones, miedos, fracasos e indignación, mezclarlos y moldear la substancia resultante. Darle forma hasta que de ello salga algo nuevo, bello y elevado, que al hacerse canción, poesía, ensayo, ilustración, o fotografía proporciona una potente liberación, una impactante doble experiencia de carácter positivo a través de la composición y posterior contemplación estética de la obra, lo que lleva a la inmediata consecución de la tranquilidad del ánimo. Durante un breve espacio de tiempo se aplaca el dolor y el sufrimiento de nuestra vida, estamos en paz con nosotros mismos, luego, con el mundo. Esta viene siendo la razón por la cual personas con una sensibilidad especial, buscan constantemente la satisfacción mediante variadas disciplinas artísticas, como una terapia, aunque harían mejor llamándolo adicción pues no nos aporta nada definitivo ni engrandece más allá de ese momento, ese instante fugaz de pura evasión del absurdo de la existencia.

Debo reconocer que no soy demasiado dado a leer ni escribir, en el sentido artístico, claro está. Las limitaciones del lenguaje para la expresión de conceptos e ideas de carácter intangible, pero no por ello inexistentes o menos reales, es un tema ya conocido y debidamente estudiado. Es por ello que, por lo general, prefiero recurrir a medios que prescindan de las palabras o, en todo caso, estas sean simplemente un refuerzo, un añadido para perfilar y redondear un contenido que no perdería un ápice de brillo si nos fuese presentado de forma independiente. ¿Es acaso menos perfecta una canción porque no comprendemos la letra o menos bella una imagen solo por carecer de texto que la acompañe? Si es cierto, como categóricamente afirmaba el último de los filósofos, que se debe callar sobre lo que no se puede hablar, tendremos que buscar la forma de elevarnos por encima de las fronteras impuestas por las palabras, permitiéndosenos así trazar una línea recta entre lo más profundo de nuestro ser y nuestro entorno.

A pesar de dicha contrariedad, haré un esfuerzo para reunir viejos textos no especialmente brillantes de mi autoría y recopilarlos en esta bitácora, así como nuevas aportaciones de elaboración más reciente. El origen de estos escritos puede ser del todo variado, no quisiera limitarme aquí a textos escritos con alguna finalidad específica, pues suelen ser estos los más bochornosos, sino quizás incluso a meras transcripciones de conversaciones donde he intercambiado ideas interesantes. En esta era en la que todo hijo de vecino se siente con la necesidad de desperdigar su amalgama de ignorancia y prejuicios, pues lo políticamente correcto asume que una opinión es tan válida como cualquier otra, exponiendo su estrechez de miras una y otra vez con los mismos argumentos e insistiendo en narrar meticulosamente hasta la más vulgar estupidez, poca cabida hay para contenidos que aporten un soplo de aire fresco.


Consciente de ello, abro así este mi cuaderno de notas.

1 comentario:

  1. Me quito el sombrero!
    Excelente e impresionante forma de iniciar un blog.

    El cerebro engaña. No es para nada algo perfecto, está lleno de defectos como la distorsión que ocasiona de los recuerdos, tanto de los buenos como de los malos. Es muy traicionero, puede ampliar mucho el tiempo vivido en la infancia o la adolescencia mientras que el presente queda como algo continuamente obsoleto. Me gusta ser fuerte y luchar contra esto, ampliar mi presente y saborearlo y llenarlo. Mi mejor tiempo es el que vivo.

    Comprendo muy bien el canalizar y plasmar sentimientos, tanto miedos como frustraciones como entusiasmos, a través de alguna forma creativa. Pero para nada me resulta un instante fugaz, ni etéreo. En plasmar eso me hago, me creo, y me veo creándome. Tiene un valor y una importancia mucho mayor de lo que parece.

    Lo dicho, estoy admirada con esta primera entrada. Bravo!

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